7.02.2014

Ayer Nomás

Desde su inicio casi mítico, allá en la emblemática “Cueva” de la calle Pueyrredón, promediando los ‘60, la irrupción del rock argentino se metería en la médula de las diferentes generaciones de jóvenes del país.

Por mediados de los años sesenta en el mundo se comenzaban a respirar nuevos aires. Se iba produciendo rápidamente un desencanto general de las mayorías mundiales con respecto a las promesas que el capitalismo había realizado tras el final de la Segunda Guerra. Esto iría a impactar significativamente en los sectores juveniles de entonces, quizás de una forma no igualable a lo que sucediera con otra generación del Siglo XX. La Argentina no fue ninguna excepción. 
Algunos sostienen que en esos tiempos se vivió una profunda e inconclusa revolución cultural, que podríamos circunscribir a una multiplicidad de manifestaciones tanto políticas como artísticas, literarias, musicales, pasando por nuevos ensayos de organización social, como fueron las comunidades hippies o las comunas populares chinas. 
A Buenos Aires desembarcaron tanto el Pop Art, el happening, el psicoanálisis lacaniano, las nuevas vanguardias del pensamiento marxista, el rock, mientras se imponía la literatura de Ciencia ficción o la de Cortázar, y el Che Guevara tomaba las armas en la selva boliviana. Una muestra cabal de la nueva estética fue la existencia del Instituto Di Tella donde se daban cita los artistas de avanzada.

La Cueva de la calle Pueyrredón

La aparición del grupo de jóvenes músicos, poetas y escritores que hicieron de La Cueva, su punto de encuentro, no fue un acontecimiento aislado de todo ese contexto social, cultural e ideológico, sino el resultado legítimo de la integración de parte de esos nuevos aires que soplaban por el mundo, con una cultura bastante susceptible a las nuevas tendencias de vanguardia. 
Uno de los personajes claves de los que se daban cita en la Cueva, Pipo Lernoud, escribió en la Revista La Mano: “Fue en la Cueva donde empezó realmente el rock nacional. Sin el fermento de La Cueva, esa mezcla de influencias musicales, literarias e ideológicas, nuestro rock hubiera sido uno más en el continente, otro reflejo pálido de las ideas anglosajonas. Sin La Cueva no hubiera habido Avellaneda blues, ni De Nada Sirve, ni La Balsa. Y toda la historia que viene detrás, desde Charly García a Sumo, desde Los Redondos hasta Spinetta, está teñida con las inquietudes ambiciosas de los locos de La Cueva. No hay en el Continente, con la excepción de Brasil, una historia de rock, poesía y desafío como en la Argentina, y tampoco la hay en Europa fuera de Inglaterra. Porque el aislamiento cultural al que nos sometieron las sucesivas dictaduras y la multiplicidad de las influencias del rock, produjeron un híbrido original que nació ahí, a fines del 65 y comienzos del 66, cuando el mundo dejó sus viejos ‘conjuntos’ abandonó el sueño de triunfar en la Escala Musical y salió a caminar por la avenida Pueyrredón, desde La Cueva a La Perla, para empezar a escribir una historia diferente.”
De haber sido un sitio de encuentro de músicos de jazz, la Cueva se fue convirtiendo en el primer lugar de Argentina, donde se comenzaban a nuclear los pioneros del rock nacional. Allí convergían el gordo Billy Bond, los hermanos Fatorusso de la banda uruguaya Los Shakers, Tanguito, Moris, Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Miguel Abuelo, Litto Nebbia entre otros. 
Resulta importante distinguir toda esta movida cuevera, de lo que comenzaba también a desarrollarse en la Argentina, bajo el rótulo de música Beat, que consistía simplemente en un género simple que no complicaba demasiado al pensamiento pero que era especialmente apto para bailar. El incipiente movimiento de rock era partidario de una música que además de “entrar por los oídos, ingresara en la cabeza, y no solamente por los pies” según expresaban los primeros representantes de esta cultura en nuestro país. En tal sentido una de las ideas fuerza, fue que siendo las letras de las canciones uno de los contenidos más importantes, se logró desmitificar esa idea eso de que el rock o el blues solamente podían cantarse en inglés. Entonado en un lenguaje poco comprensible, este estilo perdía la mayor parte de su sentido contestatario y revulsivo. Tampoco se podía cantar en español, diciendo todas esas cosas que a nadie les molesta y que refuerzan mucho más la alienación social. Es importante señalar que los grupos de música beat -también denominada comercial o complaciente-, cantaban en castellano, pero con letras que no cuestionaban lo establecido. Si hay un componente esencial en el surgimiento del rock argentino, eso fue hacer letras en castellano. Si bien un grupo mexicano como los Teen Tops habían realizado rock cantado en nuestra lengua, a principios de los ’60, sus producciones eran traducciones de clásicos del rock, que habían realizado en los ’50 figuras como Chuck Berry o Little Richard.

Las primeras bandas

Tal  como se encuentra historiografiado, el 2 de junio de 1966, se produjo la edición del primer disco simple del rock nacional. Los Beatniks, formados ese mismo año, editarían los temas “Rebelde” y “No finjas más”. La banda estaba formada por Mauricio Birabent (Moris), Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Antonio Pérez Estévez y Jorge Navarro. El grupo se iría a disolver al poco tiempo. Vale destacar que el nombre “beatnik” que tomó esta formación provenía de un movimiento literario formado en Estados Unidos para finales de los ‘40. La traducción “derrotados”, expresaba antes que nada un fuerte contenido en contra de las pautas de vida americana, resaltadas en una visión cruda y con componentes muy ácidos. 
En 1967, se iría a producir el primer éxito discográfico del incipiente movimiento. Desde Rosario, habían llegado los Gatos, integrados por Litto Nebbia, Oscar Moro, Ciro Fogliatta, Alfredo Toth y Kay Galiffi. Ellos editarían los temas “La Balsa” y “Ayer nomás”, vendiendo más de 200 mil placas. Todo un éxito comercial por ese entonces. La cara principal del disco simple, “La Balsa” fue una composición conjunta de Nebbia junto al legendario Tanguito, mientras que el segundo tema era una composición de Moris con letra arreglada por Litto Nebbia, a la inicial que había escrito Pipo Lernoud. El tema original sería conocido posteriormente con la edición del álbum de Moris “Treinta minutos de vida”. La banda se iría a separar en 1969, para volver a juntarse en 1970, en una versión mucho más rockera, donde se notaba la presencia de un nuevo guitarrista: Norberto Napolitano, el inconfundible Pappo.
1968 iría a ser el año de aparición de los dos grupos que marcaron más que nadie, el futuro del movimiento de rock.  Manal y Almendra, con estilos bastante diferentes, blues con letras urbanas de alto contenido social, el primero y el rock canción con una poesía surrealista de muy alto vuelo el segundo; le darían al rock argentino una impronta que es la que sellaría un estilo inconfundible.
El año 1970 representó una vuelta de tuerca para el incipiente movimiento rockero. Hasta ese momento, se venía desarrollando de manera casi lacunar, en fragmentos, como un fenómeno nuevo que no terminaba de unificarse. No todas las bandas que iban apareciendo estaban conformadas por ex parroquianos de la Cueva, y muchos de los nuevos rockeros ni siquiera se conocían. La existencia de un sello musical como Mandioca, hizo que algunos grupos pudieran grabar sus primeros discos, cosa que en aquellos tiempos no era para nada fácil. Manal, Vox Dei y Moris si no hubiera sido por Mandioca, tal vez hoy serían completamente desconocidos. De gran importancia fue también el surgimiento de la revista Pelo, que además de promocionar a los diferentes agrupamientos locales, informaba sobre bandas internacionales, que por ese tiempo nadie conocía, ya que las ni las radios ni la TV difundían. El primer festival Buenos Aires Rock (BARock) organizado por Pelo, en 1970, en el Velódromo Municipal ubicado en los bosques de Palermo, fue tal vez el primer acontecimiento importante del rock local, en el sentido de que aunó en un mismo escenario a casi todas las expresiones locales del incipiente movimiento juvenil. 
Este nacimiento del rock producido promediando los ’60, paulatinamente se fue incorporando a las diferentes generaciones juveniles del país, extendiéndose hasta la actualidad. Sin dudas el rock argentino es un fenómenos singular, no sólo para haber comenzado a desarrollar letras en castellano, sino porque también a lo largo de los años se constituyó en algo sumamente masivo. Una parte importante de la cultura de los jóvenes argentinos en los distintos tiempos.

Nota publicada originalmente en la Revista Mascaró de julio de 2014

4.08.2014

El Lozano: el teatro donde todo comenzó

Nota publicada originalmente en la Revista Sudestada

Hay lugares que tienen nombres conocidos, sitios a los que se los asocia con determinados hechos o personajes, pero poco se sabe de sus particularidades, de cómo ciertos envases, moldean y a su vez representan a los productos que llevan adentro. El Teatro Lozano de la ciudad de la Plata es un ejemplo de eso. Sí no fuera por la trascendencia que alcanzó por el hecho indiscutido de que ahí se produjeran las primeras presentaciones del emblemático Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, su nombre sería desconocido hasta incluso por muchos habitantes de la ciudad de las diagonales. Los llamados “Lozanazos” se asocian indefectiblemente a dicha banda de rock, pero lo que acontecía en aquel pequeño teatro durante los años ’70 fue bastante más,  fue uno de esos sitios que albergaron a muchas de las principales expresiones de de la contracultura platense, entre ellas a los Redondos.
El teatro, o para ser más precisos el Salón Cultural Lozano, ubicado en la calle 11 entre 45 y 46, es un lugar perteneciente a la Agremiación Bonaerense de Empleados de Reunión del Hipódromo de La Plata, una entidad gremial con un largo antecedente de luchas y solidaridades.  El teatro está considerado por los trabajadores del sector como un factor de sostenimiento económico y verdadero orgullo de la agremiación.
Carlos Mariño uno de los precursores del rock platense, no por ser precisamente músico, sino por sus programas radiales, por ser un organizador de eventos, y sonidista entre varias cosas más; en 1972 les alquiló a los empleados por reunión del hipódromo el emblemático teatrito. Una vez por semana iría a presentar a alguna de las bandas del under platense. Según contaba Carlos por aquel entonces la mayoría de los grupos de rock de la ciudad no estaban afiliados al sindicato de los músicos, y esto hacía que fueran perseguidos y que no los dejasen tocar. En Buenos Aires era mucho más fácil entrar al gremio, pero en La Plata los requisitos eran tantos que ningún rocker aceptaba esos condicionamientos burocráticos. De esa forma realizar lo que propiamente se podría llamar un recital era casi una ceremonia clandestina, o camuflada con otros condimentos, principalmente expresiones culturales como teatro, poesía, muestras artísticas, etc. Y lo del sindicato de músicos no era pavada, una vez iba a presentarse en el Lozano una banda de Ensenada que se llamaba La Primera Flor que brotó después de la nevada, y cuando llegaron al lugar los estaban esperando con un patrullero. Burocracia sindical y policía de la mano.  No era para menos que muchos de ese sindicato eran músicos integrantes  de las bandas de la Marina y el Ejército. Tanto es así que los integrantes de la Cofradía de la Flor Solar tuvieron que afiliarse en Buenos Aires.
Eso sí, los que comenzaron a organizar eventos en el Lozano, metieron mano y tuvieron el permiso de los propietarios para hacer algunas cambios. Por ejemplo -según contaba Mariño-, la iluminación pasó a ser obra de una cantidad importante de luces de automóviles, faroles de 12 voltios metidos en latas de aceite de 5 litros, que pendían de unas barras de hierro sujetadas al techo. Esas barras se habían construido en la Escuela  Industrial de Berisso.  Las actividades tuvieron algún parate pero retomaron con fuerza a partir de marzo del ’74. Cuando a nivel de la sociedad la cosa se puso más dura, y la represión comenzó a ser moneda corriente, no solamente para los militantes de la izquierda, sino para cualquier cosa que pintase diferente, los grandes recitales en la Plata comenzaron a ser cada vez más espaciados. Ya no llegaban las bandas porteñas al Estadio Atenas, ni era factible hacer festivales ni en el Teatro del bosque, ni en el Comedor Universitario, en donde las bandas locales eran las principales protagonistas. Había que refugiarse en los tugurios, y cuidando que no se sepa que fuera un concierto, ya que los del sindicato de músicos te mandaban a la policía. No tenían ninguna compasión. Entonces eran eventos culturales, no sólo como fachada. Además porque ése era un gusto bastante arraigado en la bohemia platense. Sol de Barro, Ataúd, Liverpool, Experiencia Cósmica, Gusano, Planetas fueron algunos de esos grupos que tocaron en el Lozano desde el ’74, matizando con poetas que leían sus versos, con actores que improvisaban escenas, e incluso con espectáculos infantiles. Durante la semana la mayoría de esos grupos tenían permiso para ensayar en el lugar. El Lozano adecuaba su sala para diversas expresiones artísticas. No solamente era rock lo que se ofrecía, también tango y folklore para gente más grande, así como ciclos de cine, grupos de teatro, exposiciones de plástica y fotografía. Fue en ese escenario donde Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota iniciarían sus célebres ceremonias, con una cantidad importante de miembros que muchas veces rotaban, con dialoguistas y bailarinas que hacían striptease. Mucho se escribió sobre el antecedente de la Cofradía de la Flor Solar, pero si los Redondos musicalmente tuvieron algún predecesor, ese fue Billy Bond con su Pesada del Rock, que desde el ‘72 orbitaban por La Plata, e incluso ensayaban en una casa de Punta Lara, habiendo  incorporado a su formación a algunos ex integrantes de la Cofradía, como Kubero Díaz, Jorge Pinchevsky e Isa Portugheis. En el ’74 cuando la mano se puso dura muchos de ellos emigrarían a Europa. Y no era para menos, ya que por esos años anteriores al golpe de Estado del ’76 las patotas parapoliciales y fascistas, asediaban a todo lo que pareciera ir a contramano de la moralina social, en una ciudad en la que se convivía con una clase media bastante conservadora y reaccionaria.
Entrada ya la dictadura, allá por el ’77 la ciudad de La Plata se había vuelto grisácea y descolorida. La dictadura había golpeado muy duro en la región, mucho más que en otros sitios. Todo el empuje contracultural de años atrás había quedado reducido a pequeños tugurios, donde se pudiera ejercer cierta resistencia. Aquella “Pálida ciudad” que habían entonado Billy Bond y la Pesada del Rock, ya no sonaba ni en las diagonales, ni en la ribera. Aquel tema de Kubero, desde el silencio cobraba mucha mayor vigencia. Tan pálida se había vuelto la ciudad que ya ni siquiera era posible decirlo. Si bien el sol podía salir, su brillo estaba opacado y era preferible la noche, a pesar de sus peligros. Los sobrevivientes disimulaban su condición, a sabiendas de que a muchos amigos los habían perdido. El rock y la cultura ocuparon un lugar de resistencia, a condición de no masificarse. Los milicos no podían liquidar todo, porque menos, ya era mucho.
Durante los últimos meses del  ’77 Mariño consiguió un socio especial para darle un nuevo empuje al Lozano. Un escribano platense, de considerable billetera, y de renombre. Éste quiso ponerle  fichas a algo que para él era completamente desconocido, pero atractivo. Algunas nuevas remodelaciones, se hicieron y programaron otras actividades. El suplemento Imagen Platense del diario El Día, les brindó una hoja de una de sus publicaciones. El escribano tenía sus influencias. Fue así que llegaron al Lozano los cómicos Juan Carlos Mesa y los hermanos Basurto.  Pero también se daban hechos que no hay que dejar pasar por alto. Una vez se llevó la clásica obra "Pabellón 7" de Paul Vanderberg que interpretaba el actor Alberto Mazzini, una obra que mostraba la prisión y los avatares que suceden en ella. Justo enfrente del teatro está el Instituto Inmaculada, un tradicional colegio católico femenino, de los más caros; y el cura encargado se cruzó la calle para reclamar que esa obra no se realice más porque era una perversión, un mal ejemplo para las señoritas que cursaban en su institución. Obviamente no fue escuchado. Durante las presentaciones de Patricio Rey no pocas veces cayeron de Inteligencia y se suspendían las actividades. Un hecho bastante peculiar fue cuando se realizó un evento que contaba con la presencia de Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana, que se denominaba “El Show de la Palabra”. El casero del teatro recibió un llamado telefónico en el cual decían que iba a explotar una bomba debajo del escenario. Rápidamente evacuaron el lugar y tras ir los de la brigada de explosivos, comprobaron que no había nada. Todos de nuevo adentro para que el show se haga.
Cuando los principales protagonistas de los eventos en el Lozano recuerdan aquellos tiempos no dejan de señalar la sana complicidad del gremio de empleados de reunión del hipódromo. Ningún otro locador hubiera dejado que se haga tanto, y que a su vez todo eso los comprometa. Mariño recuerda que el hijo del casero es uno de los treinta mil desparecidos y que siempre se prendía de todas las movidas que allí se hacían.

Tras la gira que los Redondos hicieran por Salta, más precisamente en el ya célebre Bar El Polaco, a su regreso ya siendo el ’78 volvieron a presentarse en el Lozano. El suplemento dominical del diario El Día decía en esa oportunidad: “Patricio Rey es una banda que hace un tipo de música nueva para nuestro país, con ciertas reminiscencias de la música de California, y, paradojalmente, también del punk rock, todo eso pasado por el tamiz de lo nacional, aquello con influencias de La Pesada y letras que se entienden y quieren decir algo” señalando luego que  “Esperamos que tanta ansiedad por parte del público rockero sea bien correspondida por Patricio. Lo esperamos por el público, por nosotros, y por el rock local, que este año parece querer salir de un largo letargo en el que parecía sumido. Será una cita con la música y además, suponemos, con todos los viejos popes de la música local y porteña, que esperan, igual que Imagen Platense, que Patricio sea todo lo que parece que es”.

1.30.2014

El agua clara que renace

Para los que teníamos gustos más sofisticados, tal vez los Creedence no eran la panacea de lo que uno buscaba como la mejor y más lograda música progresiva. Creedence era escuchado por muchos,  y tampoco faltaba en los bailes populares, en donde la mayoría lo que buscaba era  un buen ritmo para la danza. Tampoco se podía considerar que lo que hacían era una simple música comercial. Lo de la agrupación de los hermanos Fogerty era un rock simple, pero no embelesado para vender más placas, era un sonido demasiado digno, en el cual fluían desde el más puro rocanrol, hasta el blues y el rockabilly. Con esa pinta de cowboys con jeans y camisas a cuadro, Creedence Clearwater Revival, se ganaron en aquel tiempo un sitio inigualable, pero lo que más da para nombrarlos, es que a lo largo de todas las generaciones que los precedieron, hoy siguen teniendo un lugar. Ellos habían nacido en el Bayou.