4.08.2014

El Lozano: el teatro donde todo comenzó

Nota publicada originalmente en la Revista Sudestada

Hay lugares que tienen nombres conocidos, sitios a los que se los asocia con determinados hechos o personajes, pero poco se sabe de sus particularidades, de cómo ciertos envases, moldean y a su vez representan a los productos que llevan adentro. El Teatro Lozano de la ciudad de la Plata es un ejemplo de eso. Sí no fuera por la trascendencia que alcanzó por el hecho indiscutido de que ahí se produjeran las primeras presentaciones del emblemático Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, su nombre sería desconocido hasta incluso por muchos habitantes de la ciudad de las diagonales. Los llamados “Lozanazos” se asocian indefectiblemente a dicha banda de rock, pero lo que acontecía en aquel pequeño teatro durante los años ’70 fue bastante más,  fue uno de esos sitios que albergaron a muchas de las principales expresiones de de la contracultura platense, entre ellas a los Redondos.
El teatro, o para ser más precisos el Salón Cultural Lozano, ubicado en la calle 11 entre 45 y 46, es un lugar perteneciente a la Agremiación Bonaerense de Empleados de Reunión del Hipódromo de La Plata, una entidad gremial con un largo antecedente de luchas y solidaridades.  El teatro está considerado por los trabajadores del sector como un factor de sostenimiento económico y verdadero orgullo de la agremiación.
Carlos Mariño uno de los precursores del rock platense, no por ser precisamente músico, sino por sus programas radiales, por ser un organizador de eventos, y sonidista entre varias cosas más; en 1972 les alquiló a los empleados por reunión del hipódromo el emblemático teatrito. Una vez por semana iría a presentar a alguna de las bandas del under platense. Según contaba Carlos por aquel entonces la mayoría de los grupos de rock de la ciudad no estaban afiliados al sindicato de los músicos, y esto hacía que fueran perseguidos y que no los dejasen tocar. En Buenos Aires era mucho más fácil entrar al gremio, pero en La Plata los requisitos eran tantos que ningún rocker aceptaba esos condicionamientos burocráticos. De esa forma realizar lo que propiamente se podría llamar un recital era casi una ceremonia clandestina, o camuflada con otros condimentos, principalmente expresiones culturales como teatro, poesía, muestras artísticas, etc. Y lo del sindicato de músicos no era pavada, una vez iba a presentarse en el Lozano una banda de Ensenada que se llamaba La Primera Flor que brotó después de la nevada, y cuando llegaron al lugar los estaban esperando con un patrullero. Burocracia sindical y policía de la mano.  No era para menos que muchos de ese sindicato eran músicos integrantes  de las bandas de la Marina y el Ejército. Tanto es así que los integrantes de la Cofradía de la Flor Solar tuvieron que afiliarse en Buenos Aires.
Eso sí, los que comenzaron a organizar eventos en el Lozano, metieron mano y tuvieron el permiso de los propietarios para hacer algunas cambios. Por ejemplo -según contaba Mariño-, la iluminación pasó a ser obra de una cantidad importante de luces de automóviles, faroles de 12 voltios metidos en latas de aceite de 5 litros, que pendían de unas barras de hierro sujetadas al techo. Esas barras se habían construido en la Escuela  Industrial de Berisso.  Las actividades tuvieron algún parate pero retomaron con fuerza a partir de marzo del ’74. Cuando a nivel de la sociedad la cosa se puso más dura, y la represión comenzó a ser moneda corriente, no solamente para los militantes de la izquierda, sino para cualquier cosa que pintase diferente, los grandes recitales en la Plata comenzaron a ser cada vez más espaciados. Ya no llegaban las bandas porteñas al Estadio Atenas, ni era factible hacer festivales ni en el Teatro del bosque, ni en el Comedor Universitario, en donde las bandas locales eran las principales protagonistas. Había que refugiarse en los tugurios, y cuidando que no se sepa que fuera un concierto, ya que los del sindicato de músicos te mandaban a la policía. No tenían ninguna compasión. Entonces eran eventos culturales, no sólo como fachada. Además porque ése era un gusto bastante arraigado en la bohemia platense. Sol de Barro, Ataúd, Liverpool, Experiencia Cósmica, Gusano, Planetas fueron algunos de esos grupos que tocaron en el Lozano desde el ’74, matizando con poetas que leían sus versos, con actores que improvisaban escenas, e incluso con espectáculos infantiles. Durante la semana la mayoría de esos grupos tenían permiso para ensayar en el lugar. El Lozano adecuaba su sala para diversas expresiones artísticas. No solamente era rock lo que se ofrecía, también tango y folklore para gente más grande, así como ciclos de cine, grupos de teatro, exposiciones de plástica y fotografía. Fue en ese escenario donde Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota iniciarían sus célebres ceremonias, con una cantidad importante de miembros que muchas veces rotaban, con dialoguistas y bailarinas que hacían striptease. Mucho se escribió sobre el antecedente de la Cofradía de la Flor Solar, pero si los Redondos musicalmente tuvieron algún predecesor, ese fue Billy Bond con su Pesada del Rock, que desde el ‘72 orbitaban por La Plata, e incluso ensayaban en una casa de Punta Lara, habiendo  incorporado a su formación a algunos ex integrantes de la Cofradía, como Kubero Díaz, Jorge Pinchevsky e Isa Portugheis. En el ’74 cuando la mano se puso dura muchos de ellos emigrarían a Europa. Y no era para menos, ya que por esos años anteriores al golpe de Estado del ’76 las patotas parapoliciales y fascistas, asediaban a todo lo que pareciera ir a contramano de la moralina social, en una ciudad en la que se convivía con una clase media bastante conservadora y reaccionaria.
Entrada ya la dictadura, allá por el ’77 la ciudad de La Plata se había vuelto grisácea y descolorida. La dictadura había golpeado muy duro en la región, mucho más que en otros sitios. Todo el empuje contracultural de años atrás había quedado reducido a pequeños tugurios, donde se pudiera ejercer cierta resistencia. Aquella “Pálida ciudad” que habían entonado Billy Bond y la Pesada del Rock, ya no sonaba ni en las diagonales, ni en la ribera. Aquel tema de Kubero, desde el silencio cobraba mucha mayor vigencia. Tan pálida se había vuelto la ciudad que ya ni siquiera era posible decirlo. Si bien el sol podía salir, su brillo estaba opacado y era preferible la noche, a pesar de sus peligros. Los sobrevivientes disimulaban su condición, a sabiendas de que a muchos amigos los habían perdido. El rock y la cultura ocuparon un lugar de resistencia, a condición de no masificarse. Los milicos no podían liquidar todo, porque menos, ya era mucho.
Durante los últimos meses del  ’77 Mariño consiguió un socio especial para darle un nuevo empuje al Lozano. Un escribano platense, de considerable billetera, y de renombre. Éste quiso ponerle  fichas a algo que para él era completamente desconocido, pero atractivo. Algunas nuevas remodelaciones, se hicieron y programaron otras actividades. El suplemento Imagen Platense del diario El Día, les brindó una hoja de una de sus publicaciones. El escribano tenía sus influencias. Fue así que llegaron al Lozano los cómicos Juan Carlos Mesa y los hermanos Basurto.  Pero también se daban hechos que no hay que dejar pasar por alto. Una vez se llevó la clásica obra "Pabellón 7" de Paul Vanderberg que interpretaba el actor Alberto Mazzini, una obra que mostraba la prisión y los avatares que suceden en ella. Justo enfrente del teatro está el Instituto Inmaculada, un tradicional colegio católico femenino, de los más caros; y el cura encargado se cruzó la calle para reclamar que esa obra no se realice más porque era una perversión, un mal ejemplo para las señoritas que cursaban en su institución. Obviamente no fue escuchado. Durante las presentaciones de Patricio Rey no pocas veces cayeron de Inteligencia y se suspendían las actividades. Un hecho bastante peculiar fue cuando se realizó un evento que contaba con la presencia de Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima Quintana, que se denominaba “El Show de la Palabra”. El casero del teatro recibió un llamado telefónico en el cual decían que iba a explotar una bomba debajo del escenario. Rápidamente evacuaron el lugar y tras ir los de la brigada de explosivos, comprobaron que no había nada. Todos de nuevo adentro para que el show se haga.
Cuando los principales protagonistas de los eventos en el Lozano recuerdan aquellos tiempos no dejan de señalar la sana complicidad del gremio de empleados de reunión del hipódromo. Ningún otro locador hubiera dejado que se haga tanto, y que a su vez todo eso los comprometa. Mariño recuerda que el hijo del casero es uno de los treinta mil desparecidos y que siempre se prendía de todas las movidas que allí se hacían.

Tras la gira que los Redondos hicieran por Salta, más precisamente en el ya célebre Bar El Polaco, a su regreso ya siendo el ’78 volvieron a presentarse en el Lozano. El suplemento dominical del diario El Día decía en esa oportunidad: “Patricio Rey es una banda que hace un tipo de música nueva para nuestro país, con ciertas reminiscencias de la música de California, y, paradojalmente, también del punk rock, todo eso pasado por el tamiz de lo nacional, aquello con influencias de La Pesada y letras que se entienden y quieren decir algo” señalando luego que  “Esperamos que tanta ansiedad por parte del público rockero sea bien correspondida por Patricio. Lo esperamos por el público, por nosotros, y por el rock local, que este año parece querer salir de un largo letargo en el que parecía sumido. Será una cita con la música y además, suponemos, con todos los viejos popes de la música local y porteña, que esperan, igual que Imagen Platense, que Patricio sea todo lo que parece que es”.