9.04.2009

Shamal- Gong (1975)- Análisis y reseña del disco

El álbum Shamal de Gong del año 1975, es una de las obras del progresivo que más me gusta, y no solamente por haber estado ahí presente el violinista Jorge Pinchevsky, sino porque sencillamente es una obra hermosa que uno no se cansa de escucharla. Como no soy un analista musical sino más bien alguien que antes que nada se ocupa de la narrativa cultural del rock, le pedí a Erni Vidal que además de músico es un verdadero promotor del género progresivo y sinfónico que me escriba una reseña del disco, y por lo que vamos a leer de lo que el pudo plasmar en la letra, no nos va a caber ninguna duda de que es un verdadero especialista en el tema.

Por
Erni Vidal
desde Mendoza

UN QUERIDO AMIGO de La Plata, Osvaldo Drozd, de naturaleza literato y melómano por elección, con quien compartimos excelentes y extensas charlas a pesar de la distancia (él es de la húmeda La Plata, y yo permanezco en el desierto mendocino, contra la Cordillera), me encargó para estas publicaciones (De Garage, el Diario de Rock, y el blog Berisso Blues), que reseñase dos discos muy valiosos de la carrera de los franceses GONG -pilares de la música progresiva de su país-, y particulares bellezas de contenido de alta calidad, uno por sus logros en el estudio, y el otro por su performance en vivo. Estos discos a los que nos referimos son Shamal, de 1975, y el bastante reciente en su edición original -con rescates de tomas de conciertos justamente en 1975, y que estuvieron muchos años guardadas en un cajón- Live In Sherwood Forest.
Tamaña tarea!
Se me hace una responsabilidad pesada de sobrellevar, dado la grandeza de los músicos involucrados y la magnificencia de esos registros.
Así entonces, con la mayor honestidad (que la subjetividad me permitió), y como ‘ultra-fan’, músico, productor de radio y divulgador del género progresivo en que los años me convirtieron, paso a dejarles aquí mis respetuosos comentarios al respecto.

Comenzaré por el Shamal, disco de estudio de 1975. Un honor.

GONG
Shamal (1975)

Mike Howlett
(bajo, voz)
Didier Malherbe (saxos, flautas)
Mireille Bauer (marimba, xylofón, percusión, gongs)
Pierre Moerlen (batería, vibrafón, campanas tubulares)
Patrice Lemoine (teclados)

Con las colaboraciones de:
Steve Hillage (guitarra)
Miquette Giraudy (voz)
Sandy Colley (voz)
Jorge Pinchevsky (violín)

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Luego de la genialidad que significó la ‘trilogía espacial-ácida-psicodélica’ conformada por la serie de ediciones Radio Gnome Invisible (Flying Teapot, 1972 / Angel’s Egg, 1973 / You, 1974) de los franceses Gong, y al mando del talentoso freak australiano Daevid Allen (n.13 Enero, 1938), éste decide retirarse del proyecto para comenzar una carrera solista junto a su esposa y musa inspiradora Gilly Smith; y con nueva formación, ahora liderada por el baterista Pierre Moerlen, el grupo emprende una carrera estilísticamente diferente, orientada más hacia el jazz-rock y la fusión con elementos más cercanos a la world music, pero sin abandonar su escencia original de experimentación en las corrientes espacial-ambientales, y ese clima progresivo de la mejor herencia del Canterbury inglés.
Así, este combo extraordinario, ahora con la presencia quizá un tanto más marcada
-debido al alejamiento de Allen, que también se encargaba de las guitarras- del virtuoso guitarrista Steve Hillage, editan el que sería el iniciador de esta nueva etapa de Gong, uno de los discos emblemáticos y más bellos que dio la historia del género progresivo de su país, y referente además, junto a lo mejor de bandas como Soft Machine, Caravan, National Health y otras, de la escuela de Canterbury (esta corriente o sub-género mixturaba rock progresivo con elementos del jazz e influencias del folk típico inglés, sobre todo de la zona sureste del país, no muy lejos de Londres). El disco en cuestión es Shamal, grabado y editado durante 1975, y, como cito más arriba, sin duda uno de los técnicamente más hermosos y bien arreglados que cedió a nuestros oídos (y mente) el género durante los ‘70s.
Entre los vericuetos que dominan la ‘escena intrínseca’ del álbum, debemos destacar dos particularidades, entiendo que de especial relevancia: Primero, el hecho de que el disco fuera producido en el estudio por no otro que Nick Mason, el mismísimo baterista de Pink Floyd (ya por aquellos años, posicionados definitivamente con peso propio dentro de la escena progresiva europea y mundial), y para nosotros, los progres y melómanos locales, el contar como invitado, con la participación del violinista argentino Jorge Pinchevsky, nuestro recordado y querido Pin, hábil con su instrumento, y como lo demostrara a lo largo de este disco, con una particularísima capacidad para entusiasmar y hasta influenciar a quienes tenía alrededor y que compartían con él las sesiones de grabación.


El disco comienza con Wingful Of Eyes, climático introito a una obra que con el correr de los temas mostraría poseer cierto carácter conceptual, con el fusionado de varios de sus temas a lo largo de la reproducción, armando una hilazón de escucha que lleva al oyente hacia los clímax que Gong maneja prácticamente a su antojo, de manera no forzada y sutil pero muy efectiva… Muy buen groove de bajo (Howlett), con esa sensación de ‘sonido-justo-para-este-tema’, la línea de percusión prolija, impecable en tempo (Moerlen), flauta de Malherbe que ya deja entrever cómo sonará a lo largo de este relato sonoro (muy buen trabajo de cámaras y paneo en el stereo), y todo con las pinceladas de las percusiones afinadas de Mireille Bauer, que sorprenderá directamente con sus intervenciones más tarde, y a lo que termina acostumbrándonos: Su excelencia como ejecutante, sus incursiones perfectas. El piano eléctrico (Fender Rhodes) de Lemoine carga el color fusion sobre el canal izquierdo, con toques acotados y precisos, y la voz a cargo de Howlett, ajustada y bien al frente de la mezcla, provee el tinte particular (con algunos vibratos bien notorios por tramos) que se convierte en una de las referencias de la textura sonora (y estilo, bien diferenciado del de Allen) de la obra. De pronto aparecen, con inconfundible sonido Les Paul, los dedos de Steve Hillage, que será otro de los hilos conductores del sonido Shamal. Pulsante, a veces con determinismo rockero, otras con pastoriles arpegios de guitarra acústica, logra que el tema llegue a su fin con naturalidad y dando buen preludio a lo siguiente.

Continúa Chandra, perla de las que comienzan a dejarse ver ahora con más claridad a lo largo del trabajo. Extraordinaria intro en clave jazz rock muy climático, la base rítmica Howlett-Moerlen ajustadísima, con el agregado de una de esas primeras sorpresas talentosas de Bauer: el groove de xylofón como si fuese tocado por un sequencer, acoplado de manera perfecta con la base y haciendo unas subdivisiones en la métrica que dejan con la boca abierta… Si a eso le sumamos el saxo procesado (con chorus), lo cual le provee un color un tanto “irreal”, y el trabajo de Hillage en perfecto lenguaje Canterbury clarísimo, el track se convierte rápidamente en un bocado de enigmática dulzura para cualquier paladar melómano… Cierto matiz sinfónico es provisto por las líneas de (sintetizador) Moog, y sobre los 4 minutos aparece -en su primera incursión gloriosa por cierto- Pinchevsky, violín acústico, bien reproducido el color de la madera del instrumento, cálido, algo tímido, como tanteando. Tranquilo, pero bien personal y mezclado con las líneas de piano eléctrico, una delicia que pasa muy rápido. La voz de Howlett, siempre como volando por arriba de la pista, pero esta vez más mezclada dentro, formando parte más de un todo compositivo. Hermoso tema que se funde con el siguiente.

Ahora en el tercer tema, Bambojii, tenemos la primera sorpresa ‘global’ de Shamal:
Una intro totalmente étnica, que alejaría al tema (aparentemente) del rock, clima oriental apuntando hacia las alturas del Tíbet o similares, frío ambient de viento con una flauta encima, voces (femeninas, a cargo de Miquette Giraudy) en clave de cánticos de tipo devocional… La presencia de la world music se corta de pronto cuando entra la guitarra de Hillage y se insinúa un tema mucho más rockero, con la intervención de Pin inclusive, que hasta trae por pocos segundos una clara reminiscencia de sus incursiones en las típicas composiciones de La Pesada de Billy Bond, y que de inmediato da paso a… ¡un aire de carnavalito!, bien norteño, obra sin duda esto último, de los arranques arregladores de Pinchevsky, y que debe haber fascinado a los integrantes de Gong por su exotismo. Rareza que sonará extraña para algunos, pero bella de verdad.

Le sigue Cat In Clark’s Shoes, ¡y ahora sí que debemos detenernos para el análisis, frente a una genialidad compositiva y de eclecticismo extraordinario!
Entrada energética, picante, base bajo-batería bien arriba, y todos los demás aportando… Saxos, piano eléctrico, las percusiones afinadas, y el violín. Contrapuntos y trabajo de armonía que consiguen un pasaje pulsante, ajustado en la más clara tradición jazz-rock ‘erudito’. Unos compases de todo esto, tratando de mutar sobre el final, con cortes para “acomodar” el pasaje a lo que viene, y el cambio de métrica de pronto, que desemboca en la escucha de un malambo (sí, leyeron bien), en la mejor tradición Ginastera, para luego dar paso a otro pasaje 100% Pin, como si la mismísima Pesada del ’72 fuese el resto de la banda que está tocando… El violín haciendo el solo, sobre una base de folk/country rápida, con aires bluseros… ¡Si hasta parece que sonaran Alejandro Medina y Black Amaya detrás! Notable, pero el asombro recién comienza, ahí: Muy luego, sigue otro arreglo de métrica para acomodarse, y el combo, con la marca de Malherbe, da paso a… Un tango. ¡Sí, claramente, y de la más pura tradición “canyengue”! Perlita etérea, con la línea de violín bien al frente, y el mismo Pinchevsky recitando lo de “…La morocha y el empedrado…” -así en español y lunfardo, por supuesto- a bajito volumen, por el canal izquierdo, casi un susurro. Unos compases que de ninguna manera pueden pasar desapercibidos. Y el resto de los franceses, tocándolo bien, ajustadamente, como si conocieran este lenguaje casi a la perfección. Evidentemente, la influencia (y muy posiblemente la dirección musical en este pasaje) de Pinchevsky fue de decisivo peso. Varios se dieron el gusto, y todos contentos con el resultado, obviamente. Pin a sus anchas hippie-sudamericanas, y los demás Gong disfrutando a full. Joya total, abarcativa, en el paroxismo ecléctico, que termina con otro poco de jazz-rock para resolver todo de la manera como comenzó. Punto alto indiscutible del disco.

Mandrake es el tema que sigue, y destaca ampliamente ahora la dupla percusiva Moerlen-Bauer, más el agregado de una de las líneas de flauta (bamboo flute) más hermosas y rendidoras de todo el disco. Sobre la mitad aproximadamente, el tema “estalla” gentilmente, dándose un empuje rítmico mucho más marcado, y el groove cae sobre el intelecto como una suave bendición, un bálsamo que asemeja a la miel pasando por la garganta. Uno de los pilares del éxtasis alcanzado por Gong en este trabajo, sin duda alguna.

La canción que le da nombre, Shamal, cierra el álbum. A estas alturas, es de imaginar que poco se puede agregar a este muestrario de talentos varios y técnicas sobresalientes. El final del disco comienza con una base rítmica bien fusion, en plan similar a como empezó, con “Wingful…”, slow tempo, pero más “caliente”, la base casi un loop, tocado a mano. Buenísimo manejo de la síncopa de parte del tándem Howlett-Moerlen, y el talentoso y etéreo toque del saxo de Malherbe como contando una historia, desde lejos con reverbs profundas. Cambia el groove, el ritmo se cuadra, y aparecen las voces de Howlett (muy bien) y el coro a cargo de Sandy Colley, en un interplay tan nerviosamente extático como no exento de una cierta sensualidad. Muy interesante. Hay una carga de misticismo (como no podía ser de otra manera, viniendo de Gong!) rondando todo el disco, y se percibe muy especialmente aquí, en este pasaje.
Mireille Bauer vuelve a ser el centro de atención de la escucha, llegando a doblar la frase del bajo en pasajes que se nos antojan casi imposibles, y dueña de una justeza y afinación que cortan el aliento… y nuevamente, sobre los 4’25”, vuelve a aparecer el pulso nervioso de Pin, breve pero enérgico solo de violín del geniecillo criollo, con una urgencia que hace traer a la memoria algunos pasajes de la virtuosa Mahavishnu Orchestra.
El tema vuelve a tomar sus carriles de free experimental con algunos toques de funk aquí y fusion allá (que lo acercan a la escuela del RIO inclusive por momentos, como flashes), y Hillage y Malherbe se despachan a gusto repartiéndose lo que queda para improvisar y meter frases en el paneo del stereo.


En resumen, un trabajo único, con fuerte identidad propia, que contiene todos los elementos de la música de una década prodigiosa, y a la vez no intenta parecerse a ninguno: no lo necesita.
Shamal viene a ser el “eslabón perdido” entre esa primera etapa, lisérgica, enloquecida, psicodélica ácida y espacial, a bordo de teteras volantes que surcaban cielos para remontarse hasta un lejano planeta con intelecto y cultura rockera propios, que significó el liderazgo del ‘pot head pixie’ delirante y genial de Daevid Allen, y lo que podría denominarse la “tercera etapa” Gong, en donde Pierre Moerlen toma el timón para desembocar finalmente en ese portento que llegó a contener en sus filas a un genio de la guitarra como Allan Holdsworth, y a otros notables como Mick Taylor (guit), Bon Lozaga (guit) y Darryl Way (violin), y que maduró discos tan increíbles y valiosos para el género como Gazeuse! (1976), y Expresso II (1978).

No puedo recomendar lo suficiente este disco maravilloso, perla que brilla con luz propia entre los buenos álbums del progresivo clásico de los ‘70s, tanto en la veta del Canterbury, como del jazz-rock, el acercamiento –visionario, por cierto- a los climas de lo que años más tarde se conocería como ‘New Age’, o simplemente el rock progresivo más visceral y franco, con formato de canciones que remiten a los lugares más recónditos del alma y el intelecto…
Mención aparte, la protagónica participación de nuestro violín mayor del rock y el blues, Jorge Pinchevsky, en épocas tal vez duras de su exilio europeo, cuando a fuerza de puro talento y necesidad de progresar llegó a tocar con músicos de la talla del francés Cyrille Verdeaux en su proyecto Clearlight (que taloneaba a Gong en gira, y de donde precisamente se creó el contacto y posterior ‘pase’ de Pin a Gong), y de su notable presencia e influencia en los pasajes étnicos (sobre todo sudamericanos) del álbum.
Una joya si se quiere única, verdadera pieza muy valiosa en cualquier colección de buen progresivo.
Un buen masaje para las percepciones.
Por favor para quienes no lo conozcan, intenten conseguir el Shamal de Gong, y entréguense sin miramientos a su disfrute. Sus sentidos se los agradecerán.

Ernesto Vidal (Erni)
La Progresión/Música de Culto
FM Universidad – Mendoza
laprogresion@yahoo.com.ar