Allá por el ’71 según nos
cuenta Carlitos Pinchevsky, él y su hermano Jorge: el violinista que por
entonces todavía no había llegado al rock, ambos estaban tomando algo en un
bar de 7 entre 50 y 51, más precisamente arriba del viejo bowling que estaba en el sótano de la galería San Martín, cuando
pasó por ahí el Mono Cohen. Cuando los vio entró y se dirigió en particular al
violinista. Ellos se conocían desde hacía bastante tiempo. ¿Qué le dijo? que
tenía un extraño violín metálico y eléctrico en la casa de la Cofradía de la
Flor Solar y que nadie sabía cómo hacer
para tocar música con eso, que lo había probado Quique Gornatti, pero nada, era
algo imposible.
El Mono le pidió a Pin si podía acercarse a la casona de 122 y 72 bis, y ver si él podía hacer algo. Los tres se levantaron de la mesa, y se fueron para allá.
El Mono le pidió a Pin si podía acercarse a la casona de 122 y 72 bis, y ver si él podía hacer algo. Los tres se levantaron de la mesa, y se fueron para allá.
El instrumento conocido en
aquella época como la ballesta, por su forma, era algo que había construido un
brasileño que había pasado por ahí, y luego desapareció.
El violinista conectó el
instrumento y se puso a tocar, y se quedó haciéndolo toda la noche sin parar, mientras
Carlitos ya cansado, dijo “yo me voy, que se quede tocando”.
A partir de ese momento,
surgía en la Argentina
el primer violinista de rock.
Según cuenta Nancy Geymonat,
última compañera de Pin, éste alguna vez le dijo que el brasileño que había
construido el extraño instrumento, terminó en un loquero, y que cuando el violinista se
exilió en Europa, la ballesta quedó perdida en el viejo continente.
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