Allá por el ’77 la ciudad de
La Plata se
había vuelto grisácea y descolorida. La dictadura había golpeado muy duro en
está región, mucho más que en otros sitios. Todo el empuje contracultural de
años atrás había quedado reducido a pequeños tugurios, donde poder ejercer
cierta resistencia. Aquella “Pálida ciudad” que habían entonado Billy Bond y la Pesada del Rock, ni
siquiera ya sonaba ni en las diagonales, ni en la ribera. El tema de la Cofradía desde el
silencio cobraba mucho mayor vigencia.
Si bien el sol podía salir,
su brillo estaba opacado y era preferible la noche, a pesar de sus peligros.
Los sobrevivientes disimulaban su condición, a sabiendas que a muchos amigos
los habían perdido. El rock y la cultura ocuparon un lugar de resistencia, a
condición de no masificarse. Los milicos no podían liquidar todo, porque menos
ya era mucho.
En los últimos meses del ’77
se incorporaba el Teatro Lozano de 11 e/45 y 46 a la red de lugares donde
se podían escuchar grupos de rock, o distintas manifestaciones culturales. Se
sumaba así a lo que ya brindaban el Opera, la AMIA , o el Astro.
Capitaneado por Carlos
Mariño, el Lozano adecuaba su sala para diversas expresiones artísticas. No
solamente rock era lo que se ofrecía, también tango y folklore para gente más
grande, así como ciclos de cine, grupos de teatro, exposiciones de plástica y
fotografía.
En el ’78 el Lozano sería el
lugar donde se presentaría la entonces emblemática banda de Patricio Rey y sus
Redonditos de Ricota, la cual venía de un viaje por norte del país, más
precisamente de Salta, habiéndose presentado en el ya mítico boliche del
Polaco.
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