Nota publicada originalmente en la Revista Sudestada
Hay lugares que tienen nombres conocidos, sitios a los que
se los asocia con determinados hechos o personajes, pero poco se sabe de sus
particularidades, de cómo ciertos envases, moldean y a su vez representan a los
productos que llevan adentro. El Teatro Lozano de la ciudad de la Plata es un
ejemplo de eso. Sí no fuera por la trascendencia que alcanzó por el hecho
indiscutido de que ahí se produjeran las primeras presentaciones del
emblemático Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, su nombre sería desconocido
hasta incluso por muchos habitantes de la ciudad de las diagonales. Los
llamados “Lozanazos” se asocian indefectiblemente a dicha banda de rock, pero
lo que acontecía en aquel pequeño teatro durante los años ’70 fue bastante más, fue uno de esos sitios que albergaron a
muchas de las principales expresiones de de la contracultura platense, entre
ellas a los Redondos.
El teatro, o para ser más precisos el Salón Cultural Lozano,
ubicado en la calle 11 entre 45 y 46, es un lugar perteneciente a la
Agremiación Bonaerense de Empleados de Reunión del Hipódromo de La Plata, una
entidad gremial con un largo antecedente de luchas y solidaridades. El teatro está considerado por los
trabajadores del sector como un factor de sostenimiento económico y verdadero
orgullo de la agremiación.
Carlos Mariño uno de los precursores del rock platense, no
por ser precisamente músico, sino por sus programas radiales, por ser un
organizador de eventos, y sonidista entre varias cosas más; en 1972 les alquiló
a los empleados por reunión del hipódromo el emblemático teatrito. Una vez por
semana iría a presentar a alguna de las bandas del under platense. Según
contaba Carlos por aquel entonces la mayoría de los grupos de rock de la ciudad
no estaban afiliados al sindicato de los músicos, y esto hacía que fueran
perseguidos y que no los dejasen tocar. En Buenos Aires era mucho más fácil
entrar al gremio, pero en La Plata los requisitos eran tantos que ningún rocker
aceptaba esos condicionamientos burocráticos. De esa forma realizar lo que
propiamente se podría llamar un recital era casi una ceremonia clandestina, o
camuflada con otros condimentos, principalmente expresiones culturales como
teatro, poesía, muestras artísticas, etc. Y lo del sindicato de músicos no era
pavada, una vez iba a presentarse en el Lozano una banda de Ensenada que se
llamaba La Primera Flor que brotó después de la nevada, y cuando llegaron al
lugar los estaban esperando con un patrullero. Burocracia sindical y policía de
la mano. No era para menos que muchos de
ese sindicato eran músicos integrantes
de las bandas de la Marina y el Ejército. Tanto es así que los
integrantes de la Cofradía de la Flor Solar tuvieron que afiliarse en Buenos
Aires.
Eso sí, los que comenzaron a organizar eventos en el Lozano,
metieron mano y tuvieron el permiso de los propietarios para hacer algunas
cambios. Por ejemplo -según contaba Mariño-, la iluminación pasó a ser obra de
una cantidad importante de luces de automóviles, faroles de 12 voltios metidos
en latas de aceite de 5 litros, que pendían de unas barras de hierro sujetadas
al techo. Esas barras se habían construido en la Escuela Industrial de Berisso. Las actividades tuvieron algún parate pero
retomaron con fuerza a partir de marzo del ’74. Cuando a nivel de la sociedad
la cosa se puso más dura, y la represión comenzó a ser moneda corriente, no
solamente para los militantes de la izquierda, sino para cualquier cosa que
pintase diferente, los grandes recitales en la Plata comenzaron a ser cada vez
más espaciados. Ya no llegaban las bandas porteñas al Estadio Atenas, ni era
factible hacer festivales ni en el Teatro del bosque, ni en el Comedor
Universitario, en donde las bandas locales eran las principales protagonistas.
Había que refugiarse en los tugurios, y cuidando que no se sepa que fuera un
concierto, ya que los del sindicato de músicos te mandaban a la policía. No
tenían ninguna compasión. Entonces eran eventos culturales, no sólo como
fachada. Además porque ése era un gusto bastante arraigado en la bohemia
platense. Sol de Barro, Ataúd, Liverpool, Experiencia Cósmica, Gusano, Planetas
fueron algunos de esos grupos que tocaron en el Lozano desde el ’74, matizando
con poetas que leían sus versos, con actores que improvisaban escenas, e
incluso con espectáculos infantiles. Durante la semana la mayoría de esos
grupos tenían permiso para ensayar en el lugar. El Lozano adecuaba su sala para
diversas expresiones artísticas. No solamente era rock lo que se ofrecía,
también tango y folklore para gente más grande, así como ciclos de cine, grupos
de teatro, exposiciones de plástica y fotografía. Fue en ese escenario donde
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota iniciarían sus célebres ceremonias, con
una cantidad importante de miembros que muchas veces rotaban, con dialoguistas
y bailarinas que hacían striptease. Mucho se escribió sobre el antecedente de
la Cofradía de la Flor Solar, pero si los Redondos musicalmente tuvieron algún
predecesor, ese fue Billy Bond con su Pesada del Rock, que desde el ‘72
orbitaban por La Plata, e incluso ensayaban en una casa de Punta Lara,
habiendo incorporado a su formación a algunos
ex integrantes de la Cofradía, como Kubero Díaz, Jorge Pinchevsky e Isa
Portugheis. En el ’74 cuando la mano se puso dura muchos de ellos emigrarían a
Europa. Y no era para menos, ya que por esos años anteriores al golpe de Estado
del ’76 las patotas parapoliciales y fascistas, asediaban a todo lo que
pareciera ir a contramano de la moralina social, en una ciudad en la que se
convivía con una clase media bastante conservadora y reaccionaria.
Entrada ya la dictadura, allá por el ’77 la ciudad de La
Plata se había vuelto grisácea y descolorida. La dictadura había golpeado muy
duro en la región, mucho más que en otros sitios. Todo el empuje contracultural
de años atrás había quedado reducido a pequeños tugurios, donde se pudiera
ejercer cierta resistencia. Aquella “Pálida ciudad” que habían entonado Billy
Bond y la Pesada del Rock, ya no sonaba ni en las diagonales, ni en la ribera.
Aquel tema de Kubero, desde el silencio cobraba mucha mayor vigencia. Tan
pálida se había vuelto la ciudad que ya ni siquiera era posible decirlo. Si
bien el sol podía salir, su brillo estaba opacado y era preferible la noche, a
pesar de sus peligros. Los sobrevivientes disimulaban su condición, a sabiendas
de que a muchos amigos los habían perdido. El rock y la cultura ocuparon un
lugar de resistencia, a condición de no masificarse. Los milicos no podían
liquidar todo, porque menos, ya era mucho.
Durante los últimos meses del ’77 Mariño consiguió un socio especial para
darle un nuevo empuje al Lozano. Un escribano platense, de considerable
billetera, y de renombre. Éste quiso ponerle
fichas a algo que para él era completamente desconocido, pero atractivo.
Algunas nuevas remodelaciones, se hicieron y programaron otras actividades. El
suplemento Imagen Platense del diario El Día, les brindó una hoja de una de sus
publicaciones. El escribano tenía sus influencias. Fue así que llegaron al
Lozano los cómicos Juan Carlos Mesa y los hermanos Basurto. Pero también se daban hechos que no hay que
dejar pasar por alto. Una vez se llevó la clásica obra "Pabellón 7"
de Paul Vanderberg que interpretaba el actor Alberto Mazzini, una obra que
mostraba la prisión y los avatares que suceden en ella. Justo enfrente del
teatro está el Instituto Inmaculada, un tradicional colegio católico femenino,
de los más caros; y el cura encargado se cruzó la calle para reclamar que esa
obra no se realice más porque era una perversión, un mal ejemplo para las
señoritas que cursaban en su institución. Obviamente no fue escuchado. Durante
las presentaciones de Patricio Rey no pocas veces cayeron de Inteligencia y se
suspendían las actividades. Un hecho bastante peculiar fue cuando se realizó un
evento que contaba con la presencia de Armando Tejada Gómez y Hamlet Lima
Quintana, que se denominaba “El Show de la Palabra”. El casero del teatro
recibió un llamado telefónico en el cual decían que iba a explotar una bomba
debajo del escenario. Rápidamente evacuaron el lugar y tras ir los de la
brigada de explosivos, comprobaron que no había nada. Todos de nuevo adentro
para que el show se haga.
Cuando los principales protagonistas de los eventos en el
Lozano recuerdan aquellos tiempos no dejan de señalar la sana complicidad del
gremio de empleados de reunión del hipódromo. Ningún otro locador hubiera
dejado que se haga tanto, y que a su vez todo eso los comprometa. Mariño
recuerda que el hijo del casero es uno de los treinta mil desparecidos y que
siempre se prendía de todas las movidas que allí se hacían.
Tras la gira que los Redondos hicieran por Salta, más
precisamente en el ya célebre Bar El Polaco, a su regreso ya siendo el ’78
volvieron a presentarse en el Lozano. El suplemento dominical del diario El Día decía en esa oportunidad:
“Patricio Rey es una banda que hace un tipo de música nueva para nuestro país,
con ciertas reminiscencias de la música de California, y, paradojalmente,
también del punk rock, todo eso pasado por el tamiz de lo nacional, aquello con
influencias de La Pesada y letras que se entienden y quieren decir algo”
señalando luego que “Esperamos que tanta
ansiedad por parte del público rockero sea bien correspondida por Patricio. Lo
esperamos por el público, por nosotros, y por el rock local, que este año
parece querer salir de un largo letargo en el que parecía sumido. Será una cita
con la música y además, suponemos, con todos los viejos popes de la música
local y porteña, que esperan, igual que Imagen Platense, que Patricio sea todo
lo que parece que es”.