Desde su inicio casi mítico, allá en la emblemática “Cueva” de la calle Pueyrredón, promediando los ‘60, la irrupción del rock argentino se metería en la médula de las diferentes generaciones de jóvenes del país.
Por mediados de los años sesenta en el mundo se comenzaban a respirar nuevos aires. Se iba produciendo rápidamente un desencanto general de las mayorías mundiales con respecto a las promesas que el capitalismo había realizado tras el final de la Segunda Guerra. Esto iría a impactar significativamente en los sectores juveniles de entonces, quizás de una forma no igualable a lo que sucediera con otra generación del Siglo XX. La Argentina no fue ninguna excepción.
Algunos sostienen que en esos tiempos se vivió una profunda e inconclusa revolución cultural, que podríamos circunscribir a una multiplicidad de manifestaciones tanto políticas como artísticas, literarias, musicales, pasando por nuevos ensayos de organización social, como fueron las comunidades hippies o las comunas populares chinas.
A Buenos Aires desembarcaron tanto el Pop Art, el happening, el psicoanálisis lacaniano, las nuevas vanguardias del pensamiento marxista, el rock, mientras se imponía la literatura de Ciencia ficción o la de Cortázar, y el Che Guevara tomaba las armas en la selva boliviana. Una muestra cabal de la nueva estética fue la existencia del Instituto Di Tella donde se daban cita los artistas de avanzada.
La Cueva de la calle Pueyrredón
La aparición del grupo de jóvenes músicos, poetas y escritores que hicieron de La Cueva, su punto de encuentro, no fue un acontecimiento aislado de todo ese contexto social, cultural e ideológico, sino el resultado legítimo de la integración de parte de esos nuevos aires que soplaban por el mundo, con una cultura bastante susceptible a las nuevas tendencias de vanguardia.
Uno de los personajes claves de los que se daban cita en la Cueva, Pipo Lernoud, escribió en la Revista La Mano: “Fue en la Cueva donde empezó realmente el rock nacional. Sin el fermento de La Cueva, esa mezcla de influencias musicales, literarias e ideológicas, nuestro rock hubiera sido uno más en el continente, otro reflejo pálido de las ideas anglosajonas. Sin La Cueva no hubiera habido Avellaneda blues, ni De Nada Sirve, ni La Balsa. Y toda la historia que viene detrás, desde Charly García a Sumo, desde Los Redondos hasta Spinetta, está teñida con las inquietudes ambiciosas de los locos de La Cueva. No hay en el Continente, con la excepción de Brasil, una historia de rock, poesía y desafío como en la Argentina, y tampoco la hay en Europa fuera de Inglaterra. Porque el aislamiento cultural al que nos sometieron las sucesivas dictaduras y la multiplicidad de las influencias del rock, produjeron un híbrido original que nació ahí, a fines del 65 y comienzos del 66, cuando el mundo dejó sus viejos ‘conjuntos’ abandonó el sueño de triunfar en la Escala Musical y salió a caminar por la avenida Pueyrredón, desde La Cueva a La Perla, para empezar a escribir una historia diferente.”
De haber sido un sitio de encuentro de músicos de jazz, la Cueva se fue convirtiendo en el primer lugar de Argentina, donde se comenzaban a nuclear los pioneros del rock nacional. Allí convergían el gordo Billy Bond, los hermanos Fatorusso de la banda uruguaya Los Shakers, Tanguito, Moris, Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Miguel Abuelo, Litto Nebbia entre otros.
Resulta importante distinguir toda esta movida cuevera, de lo que comenzaba también a desarrollarse en la Argentina, bajo el rótulo de música Beat, que consistía simplemente en un género simple que no complicaba demasiado al pensamiento pero que era especialmente apto para bailar. El incipiente movimiento de rock era partidario de una música que además de “entrar por los oídos, ingresara en la cabeza, y no solamente por los pies” según expresaban los primeros representantes de esta cultura en nuestro país. En tal sentido una de las ideas fuerza, fue que siendo las letras de las canciones uno de los contenidos más importantes, se logró desmitificar esa idea eso de que el rock o el blues solamente podían cantarse en inglés. Entonado en un lenguaje poco comprensible, este estilo perdía la mayor parte de su sentido contestatario y revulsivo. Tampoco se podía cantar en español, diciendo todas esas cosas que a nadie les molesta y que refuerzan mucho más la alienación social. Es importante señalar que los grupos de música beat -también denominada comercial o complaciente-, cantaban en castellano, pero con letras que no cuestionaban lo establecido. Si hay un componente esencial en el surgimiento del rock argentino, eso fue hacer letras en castellano. Si bien un grupo mexicano como los Teen Tops habían realizado rock cantado en nuestra lengua, a principios de los ’60, sus producciones eran traducciones de clásicos del rock, que habían realizado en los ’50 figuras como Chuck Berry o Little Richard.
Las primeras bandas
Tal como se encuentra historiografiado, el 2 de junio de 1966, se produjo la edición del primer disco simple del rock nacional. Los Beatniks, formados ese mismo año, editarían los temas “Rebelde” y “No finjas más”. La banda estaba formada por Mauricio Birabent (Moris), Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Antonio Pérez Estévez y Jorge Navarro. El grupo se iría a disolver al poco tiempo. Vale destacar que el nombre “beatnik” que tomó esta formación provenía de un movimiento literario formado en Estados Unidos para finales de los ‘40. La traducción “derrotados”, expresaba antes que nada un fuerte contenido en contra de las pautas de vida americana, resaltadas en una visión cruda y con componentes muy ácidos.
En 1967, se iría a producir el primer éxito discográfico del incipiente movimiento. Desde Rosario, habían llegado los Gatos, integrados por Litto Nebbia, Oscar Moro, Ciro Fogliatta, Alfredo Toth y Kay Galiffi. Ellos editarían los temas “La Balsa” y “Ayer nomás”, vendiendo más de 200 mil placas. Todo un éxito comercial por ese entonces. La cara principal del disco simple, “La Balsa” fue una composición conjunta de Nebbia junto al legendario Tanguito, mientras que el segundo tema era una composición de Moris con letra arreglada por Litto Nebbia, a la inicial que había escrito Pipo Lernoud. El tema original sería conocido posteriormente con la edición del álbum de Moris “Treinta minutos de vida”. La banda se iría a separar en 1969, para volver a juntarse en 1970, en una versión mucho más rockera, donde se notaba la presencia de un nuevo guitarrista: Norberto Napolitano, el inconfundible Pappo.
1968 iría a ser el año de aparición de los dos grupos que marcaron más que nadie, el futuro del movimiento de rock. Manal y Almendra, con estilos bastante diferentes, blues con letras urbanas de alto contenido social, el primero y el rock canción con una poesía surrealista de muy alto vuelo el segundo; le darían al rock argentino una impronta que es la que sellaría un estilo inconfundible.
El año 1970 representó una vuelta de tuerca para el incipiente movimiento rockero. Hasta ese momento, se venía desarrollando de manera casi lacunar, en fragmentos, como un fenómeno nuevo que no terminaba de unificarse. No todas las bandas que iban apareciendo estaban conformadas por ex parroquianos de la Cueva, y muchos de los nuevos rockeros ni siquiera se conocían. La existencia de un sello musical como Mandioca, hizo que algunos grupos pudieran grabar sus primeros discos, cosa que en aquellos tiempos no era para nada fácil. Manal, Vox Dei y Moris si no hubiera sido por Mandioca, tal vez hoy serían completamente desconocidos. De gran importancia fue también el surgimiento de la revista Pelo, que además de promocionar a los diferentes agrupamientos locales, informaba sobre bandas internacionales, que por ese tiempo nadie conocía, ya que las ni las radios ni la TV difundían. El primer festival Buenos Aires Rock (BARock) organizado por Pelo, en 1970, en el Velódromo Municipal ubicado en los bosques de Palermo, fue tal vez el primer acontecimiento importante del rock local, en el sentido de que aunó en un mismo escenario a casi todas las expresiones locales del incipiente movimiento juvenil.
Este nacimiento del rock producido promediando los ’60, paulatinamente se fue incorporando a las diferentes generaciones juveniles del país, extendiéndose hasta la actualidad. Sin dudas el rock argentino es un fenómenos singular, no sólo para haber comenzado a desarrollar letras en castellano, sino porque también a lo largo de los años se constituyó en algo sumamente masivo. Una parte importante de la cultura de los jóvenes argentinos en los distintos tiempos.
Por mediados de los años sesenta en el mundo se comenzaban a respirar nuevos aires. Se iba produciendo rápidamente un desencanto general de las mayorías mundiales con respecto a las promesas que el capitalismo había realizado tras el final de la Segunda Guerra. Esto iría a impactar significativamente en los sectores juveniles de entonces, quizás de una forma no igualable a lo que sucediera con otra generación del Siglo XX. La Argentina no fue ninguna excepción.
Algunos sostienen que en esos tiempos se vivió una profunda e inconclusa revolución cultural, que podríamos circunscribir a una multiplicidad de manifestaciones tanto políticas como artísticas, literarias, musicales, pasando por nuevos ensayos de organización social, como fueron las comunidades hippies o las comunas populares chinas.
A Buenos Aires desembarcaron tanto el Pop Art, el happening, el psicoanálisis lacaniano, las nuevas vanguardias del pensamiento marxista, el rock, mientras se imponía la literatura de Ciencia ficción o la de Cortázar, y el Che Guevara tomaba las armas en la selva boliviana. Una muestra cabal de la nueva estética fue la existencia del Instituto Di Tella donde se daban cita los artistas de avanzada.
La Cueva de la calle Pueyrredón
La aparición del grupo de jóvenes músicos, poetas y escritores que hicieron de La Cueva, su punto de encuentro, no fue un acontecimiento aislado de todo ese contexto social, cultural e ideológico, sino el resultado legítimo de la integración de parte de esos nuevos aires que soplaban por el mundo, con una cultura bastante susceptible a las nuevas tendencias de vanguardia.
Uno de los personajes claves de los que se daban cita en la Cueva, Pipo Lernoud, escribió en la Revista La Mano: “Fue en la Cueva donde empezó realmente el rock nacional. Sin el fermento de La Cueva, esa mezcla de influencias musicales, literarias e ideológicas, nuestro rock hubiera sido uno más en el continente, otro reflejo pálido de las ideas anglosajonas. Sin La Cueva no hubiera habido Avellaneda blues, ni De Nada Sirve, ni La Balsa. Y toda la historia que viene detrás, desde Charly García a Sumo, desde Los Redondos hasta Spinetta, está teñida con las inquietudes ambiciosas de los locos de La Cueva. No hay en el Continente, con la excepción de Brasil, una historia de rock, poesía y desafío como en la Argentina, y tampoco la hay en Europa fuera de Inglaterra. Porque el aislamiento cultural al que nos sometieron las sucesivas dictaduras y la multiplicidad de las influencias del rock, produjeron un híbrido original que nació ahí, a fines del 65 y comienzos del 66, cuando el mundo dejó sus viejos ‘conjuntos’ abandonó el sueño de triunfar en la Escala Musical y salió a caminar por la avenida Pueyrredón, desde La Cueva a La Perla, para empezar a escribir una historia diferente.”
De haber sido un sitio de encuentro de músicos de jazz, la Cueva se fue convirtiendo en el primer lugar de Argentina, donde se comenzaban a nuclear los pioneros del rock nacional. Allí convergían el gordo Billy Bond, los hermanos Fatorusso de la banda uruguaya Los Shakers, Tanguito, Moris, Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Miguel Abuelo, Litto Nebbia entre otros.
Resulta importante distinguir toda esta movida cuevera, de lo que comenzaba también a desarrollarse en la Argentina, bajo el rótulo de música Beat, que consistía simplemente en un género simple que no complicaba demasiado al pensamiento pero que era especialmente apto para bailar. El incipiente movimiento de rock era partidario de una música que además de “entrar por los oídos, ingresara en la cabeza, y no solamente por los pies” según expresaban los primeros representantes de esta cultura en nuestro país. En tal sentido una de las ideas fuerza, fue que siendo las letras de las canciones uno de los contenidos más importantes, se logró desmitificar esa idea eso de que el rock o el blues solamente podían cantarse en inglés. Entonado en un lenguaje poco comprensible, este estilo perdía la mayor parte de su sentido contestatario y revulsivo. Tampoco se podía cantar en español, diciendo todas esas cosas que a nadie les molesta y que refuerzan mucho más la alienación social. Es importante señalar que los grupos de música beat -también denominada comercial o complaciente-, cantaban en castellano, pero con letras que no cuestionaban lo establecido. Si hay un componente esencial en el surgimiento del rock argentino, eso fue hacer letras en castellano. Si bien un grupo mexicano como los Teen Tops habían realizado rock cantado en nuestra lengua, a principios de los ’60, sus producciones eran traducciones de clásicos del rock, que habían realizado en los ’50 figuras como Chuck Berry o Little Richard.
Las primeras bandas
Tal como se encuentra historiografiado, el 2 de junio de 1966, se produjo la edición del primer disco simple del rock nacional. Los Beatniks, formados ese mismo año, editarían los temas “Rebelde” y “No finjas más”. La banda estaba formada por Mauricio Birabent (Moris), Javier Martínez, Pajarito Zaguri, Antonio Pérez Estévez y Jorge Navarro. El grupo se iría a disolver al poco tiempo. Vale destacar que el nombre “beatnik” que tomó esta formación provenía de un movimiento literario formado en Estados Unidos para finales de los ‘40. La traducción “derrotados”, expresaba antes que nada un fuerte contenido en contra de las pautas de vida americana, resaltadas en una visión cruda y con componentes muy ácidos.
En 1967, se iría a producir el primer éxito discográfico del incipiente movimiento. Desde Rosario, habían llegado los Gatos, integrados por Litto Nebbia, Oscar Moro, Ciro Fogliatta, Alfredo Toth y Kay Galiffi. Ellos editarían los temas “La Balsa” y “Ayer nomás”, vendiendo más de 200 mil placas. Todo un éxito comercial por ese entonces. La cara principal del disco simple, “La Balsa” fue una composición conjunta de Nebbia junto al legendario Tanguito, mientras que el segundo tema era una composición de Moris con letra arreglada por Litto Nebbia, a la inicial que había escrito Pipo Lernoud. El tema original sería conocido posteriormente con la edición del álbum de Moris “Treinta minutos de vida”. La banda se iría a separar en 1969, para volver a juntarse en 1970, en una versión mucho más rockera, donde se notaba la presencia de un nuevo guitarrista: Norberto Napolitano, el inconfundible Pappo.
1968 iría a ser el año de aparición de los dos grupos que marcaron más que nadie, el futuro del movimiento de rock. Manal y Almendra, con estilos bastante diferentes, blues con letras urbanas de alto contenido social, el primero y el rock canción con una poesía surrealista de muy alto vuelo el segundo; le darían al rock argentino una impronta que es la que sellaría un estilo inconfundible.
El año 1970 representó una vuelta de tuerca para el incipiente movimiento rockero. Hasta ese momento, se venía desarrollando de manera casi lacunar, en fragmentos, como un fenómeno nuevo que no terminaba de unificarse. No todas las bandas que iban apareciendo estaban conformadas por ex parroquianos de la Cueva, y muchos de los nuevos rockeros ni siquiera se conocían. La existencia de un sello musical como Mandioca, hizo que algunos grupos pudieran grabar sus primeros discos, cosa que en aquellos tiempos no era para nada fácil. Manal, Vox Dei y Moris si no hubiera sido por Mandioca, tal vez hoy serían completamente desconocidos. De gran importancia fue también el surgimiento de la revista Pelo, que además de promocionar a los diferentes agrupamientos locales, informaba sobre bandas internacionales, que por ese tiempo nadie conocía, ya que las ni las radios ni la TV difundían. El primer festival Buenos Aires Rock (BARock) organizado por Pelo, en 1970, en el Velódromo Municipal ubicado en los bosques de Palermo, fue tal vez el primer acontecimiento importante del rock local, en el sentido de que aunó en un mismo escenario a casi todas las expresiones locales del incipiente movimiento juvenil.
Este nacimiento del rock producido promediando los ’60, paulatinamente se fue incorporando a las diferentes generaciones juveniles del país, extendiéndose hasta la actualidad. Sin dudas el rock argentino es un fenómenos singular, no sólo para haber comenzado a desarrollar letras en castellano, sino porque también a lo largo de los años se constituyó en algo sumamente masivo. Una parte importante de la cultura de los jóvenes argentinos en los distintos tiempos.
Nota publicada originalmente en la Revista Mascaró de julio de 2014