1.23.2010

PR

Patricio Rey, o Palmiro Reyna o como quiera que lo llamen, en verdad nunca fue más que su nombre de combate. Su verdadera identidad era extremadamente clandestina, como correspondía necesariamente a una época donde sacar la cabeza, era casi equiparable a ser decapitado. Tal vez aquel tiempo ya pasó y hoy nuestro personaje podría revelar quien era verdaderamente, o para ser más precisos, quienes eran, porque no era sólo uno.

Tal vez eso nos quieran hacer creer, diciéndonos que el mundo cambió demasiado y que aquellas viejas mañas como ser clandestino, hoy pasaron a ser piezas de museo. Seguramente el mundo cambió, pero no creo que tanto como para que nuestro personaje, las personas que lo encarnaron, abandonen la clandestinidad, y solamente creo que debiera ser conocido por quienes realmente comprenden el porqué de su existencia. Ser artífice del rock en aquel tiempo de los setenta, era estar haciendo la revolución, con la complejidad propia de estar haciéndola en el Río de La Plata, donde los aparatos represivos estaban muy aceitados para exterminar no solamente a las organizaciones revolucionarias armadas sino a cualquier expresión que se manifieste como contracultural. El Blues del terror azul, o Adonde está la libertad, o temas similares, que hubieron bastantes, marcan una diferencia abismal entre la movida local del rock con la del hemisferio norte.
PR era capaz de refugiarse en la frontera, y vivir ahí como pez en el agua, conviviendo en el circuito de los brujos, aprendiendo de ellos un conocimiento bastante importante sobre la utilización de yuyos medicinales, pero también realizar experiencias no ordinarias con hongos alucinógenos, al mejor estilo de lo que nos describe Castaneda en las Enseñanzas de Don Juan.
Pero PR esporádicamente regresaba a la ciudad organizaba un evento e inmediatamente volvía a las sombras.
El era de los que se la sabían todas, típico personaje rioplatense que pelaba el peine del bolsillo de atrás del pantalón, se peinaba y encaraba a una minita.
El nombre de combate no era cualquier nombre sino uno que se utilizaba como gastada, como burla, a alguien que aparentemente, sí se llamaba así y que en realidad era un grasa, o un mersa como le decíamos en aquel entonces. Incluso por lo que parece el que se llamaba así era un músico de cumbia sesentista, con el pelo largo y teñido que tocaba en el viejo Rancho de Goma de la 122 entre 60 y 61, enfrente del bosque, que era un pequeño antro de trampa, en un tiempo donde no existían los empresarios bailanteros.