4.21.2013

El violín del diablo

Jorge y su padre el tranviario Jaime


El nombre de Jorge Pinchevsky está asociado a un tiempo mítico de la historia del rock argentino, por haber sido su primer violinista, y por haber formado parte de legendarias agrupaciones como fueron La Cofradía de la Flor Solar y la Pesada del Rock and Roll liderada por Billy Bond. Menos conocida es su trayectoria en el exilio europeo, y la de sus últimos años cuando parecía haber ingresado en el olvido de todos aquellos que a principios de los ’70 lo tenían como a un ícono de la música progresiva local. El encuentro de Pinchevsky y el rock no fue convencional, no fue el del joven que se inicia en la ejecución de un instrumento musical; fue el de un músico experimentado y fogueado en diferentes estilos, a pesar de su juventud, que al descubrir lo nuevo que emergía le aportó un plus incomparable.
Jaime Tito Pinchevsky era un joven anarquista rosarino que, allá por los ’40, decidió buscar fortuna en La Plata. Junto a Sara, su mujer, y al pequeño Jorge, hijo de ambos, que había nacido en 1943 también en la Chicago argentina, se instalarían en una vieja casa situada en Diagonal 74 y 57. Allí, Jaime, tras conseguir trabajo como conductor de las líneas 5 y 25 del tranvía, sería padre de dos hijos más, Eduardo y Carlos. Este último es quien contó una cantidad de historias con las cuales este texto comenzó a tejerse.
Tito tenía muchas lecturas encima y era un apasionado por la música clásica. Mientras manejaba el tranvía, una vez fue sorprendido cerca de la parroquia del Sagrado Corazón silbando el Ave María de Schubert por el párroco Roberto Lodigiani, quien posteriormente, además de arzobispo, fuera el fundador de Cáritas. El futuro monseñor no podía creer que un tranviario conociera esa melodía, y tras conversar entre ellos entablaron cierta amistad, ya que Lodigiani viajaba asiduamente en ese transporte.
El sótano de la casa de Jaime se fue convirtiendo en un sitio de referencia, ya que ahí se juntaban varios anarquistas platenses, que además de reuniones conspirativas, también jugaban al ajedrez, comentaban libros de Rudolf Rockker y escuchaban música. El célebre activista libertario José Grunfeld, tío de Tito, solía dar charlas formativas a los que ahí se reunían. Jorgito pasó sus primeros años de vida en ese clima, y tal vez esa fue la matriz principal para llegar a ser ese primer violinista que tuvo el rock argentino, en un tiempo donde éste era parte de la contracultura. Por paradójico que resulte, don Jaime hubiera querido que Jorgito fuera un violinista del estilo del célebre Yehudi Menuhin, quien a muy corta edad parecía biológicamente dotado para ejecutar el instrumento de cuerdas. Jorgito daba la sensación de seguir el mismo camino, ya que a los cuatro años, cuando escuchaba los discos de música clásica de su padre, le preguntaba por un sonido que se le recortaba en sus oídos de la totalidad, y eso coincidía con el sonido del violín. “¿Papá qué es eso?”. y eso era el sonido del instrumento de cuerdas del cual Jorgito sería un eximio ejecutante. Pero como el nene se había vuelto insistente con esa pregunta, Tito, entusiasmado, se lo comentó a su otro tío, el doctor Rafael Grinfeld (hermano de José Grunfeld, quienes por culpa del registro civil tendrían en el apellido una vocal de diferencia). Rafael, además de ser un investigador de talla en Física nuclear y haber traducido a Einstein al castellano, era alguien bastante relacionado, y fue así que, además de comprarle el violín a su sobrino nieto, contactó a Jaime con su amigo, el maestro Humberto Carfi, para que le diera clases al niño.
El padre y su hijo de cinco años con instrumento nuevo fueron a verlo a Carfi. Lo primero que le pidió el maestro al niño fue que tomara el violín y lo colocara como si fuera a tocar. Al verlo, no dudó un segundo, asegurándole a Jaime que su hijo tenía condiciones para ser un gran violinista, y que él le iría a dar clases preparatorias para que Jorge ingresara al Conservatorio Provincial.
A los 13 años, cuando Alberto Ginastera era director del Conservatorio, Jorge egresaría realizando una presentación en el aula magna del Colegio Nacional, formando un trío junto a Alberto Portugheis en piano y Alberto Lysy en viola. Escribir sobre ellos llevaría un capítulo aparte ya que estos dos platenses se convertirían con el tiempo en afamados músicos clásicos de trascendencia internacional.
Pero el sueño de don Tito de que su hijo mayor fuera un gran violinista clásico, de a poco comenzó a desvanecerse. Con apenas 14 años Jorge iniciaría una deriva musical, que más de diez años después lo ligaría al incipiente rock argentino, cuando iría a encontrase con La Cofradía de la Flor Solar y un extraño violín hecho de metal con forma de ballesta.
Pinchevsky se sumaría a la orquesta típica del pianista Horacio del Bueno, y recorrería varias localidades de la provincia durante los bailes de carnaval. La relación de Jorge con el tango fue muy estrecha, e incluso siguió cultivando la música ciudadana, hasta los últimos años de su vida. Cuando en su exilio formara parte de Gong, una legendaria banda de jazz rock progresivo anglofrancesa, en uno de los temas del disco Shamal realizado en 1976 y que fuera producido por Nick Mason de Pink Floyd, Pin irrumpía con el sonido del violín interpretando un tango bien canyengue y recitando en voz baja sobre “el gato del arrabal que vio llegar a la morocha por el empedrado”.
Pero al tango también le sumó la formación de un dúo junto al guitarrista Raúl Maure, con quien realizaban un extraño mix de estilos que iban desde un folklore camelero, donde confluían la ranchera y el clásico Pájaro Campana con música gitana, bolero, bossa nova, paso doble y las Sardas de Monti. Con Maure tocaban en los cabarets, principalmente en Las Brujas de Ensenada, y en el Première de Diagonal 80 y 115. También si alguien se los encargaba eran capaces de arrimarse hasta algún balcón para tocar una serenata. A don Jaime todo esto ya no le gustaba nada. Él, que había pretendido un hijo que fuera como Yehudi Menuhin, y protestaba cuando le llegaba la cuenta de teléfono y se enteraba así que Jorge llamaba a sus novias para darles largos conciertos telefónicos. De todas formas, Tito le recomendó a su hijo que cambiara su nombre por uno artístico para presentarse con el dúo. Pinchevsky era un apellido muy ruso para eso, y así el nombre del violinista sería Jorge Durán, y el dúo Durán-Maure.
Un amigo contó que, allá por el ’67, fue exclusivamente a escuchar en el viejo cabaret de 7 y 32, más conocido como El Violín de Mi Tía, a ese asombroso par de músicos mientras el resto de los parroquianos se entretenían tomando whiscola junto a las coperas, sin prestarles demasiada atención. Quien tuvo la suerte de poder escucharlos e incluso compartir la mesa de aquel antro plagado por el humo del cigarrillo, recuerda haber disfrutado junto a ellos de una botella de Bols, la afamada ginebra que “entona y sienta bien”, según versaba la publicidad de la época.
Por la madrugada llegó la policía a pedir documentos y, tremendo detalle, quien había ido a conocer la música del dúo era menor y terminaría en un patrullero, deportado a su casa, previo paso por un juzgado de menores, y ahí fue cuando apareció el gesto de Pinchevsky, al enterarse de la situación. Se sentó al lado del muchacho y le dijo al uniformado: “Es mi primo, por la madrugada sale para Chivilcoy, no tenía dónde pasar la noche y lo traje conmigo. Yo me hago responsable...”. El policía los miró a los dos, y debiendo haber pensado que era impropio quedar mal con un artista admirado por la concurrencia, le dijo “está bien, pero no lo deje solo, no es ambiente para un pibe...”.
La otra veta ya señalada de Pinchevsky fue la del tango, y además de tocar con Del Bueno lo hizo con José Pepe Basso. En la escuela musical que éste tenía en 2 y 44, Jorge enseñaba: teoría, solfeo, vocalización, armonía y contrapunto. Mientras tanto también trabajaba como colectivero de la Línea 13, que era la que unía a La Plata con Ensenada.
La llegada del violinista al mundo del rock es la historia más conocida, y por la cual se hizo conocido, a pesar de pasar sus últimos años casi en el olvido.

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